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Asociaciones consumidores y usuarios, banca, crisis, sinceridad
No niego que esto del Blog, para mí, es ya últimamente un desahogo público. Uno saca sus miserias y se queda tranquilo. Cansancio. Mucho cansancio; el sol ya no menudea, sino que se alza soberbio, calentándolo todo desde el inicio del día. Sol, calor, cansancio. Hay que beber mucha agua, y menos café, me digo, mientras apuro mi tercer «solo», que es ya casi achicoria. Entra en el móvil un correo de un buen amigo que relata las atrocidades de la anarquía organizada los meses de julio, agosto y septiembre del año 1936. Abro twitter y se descargan cientos de mensajes de españoles de bien, quizás en paro, quizás abrumados de trabajo, con hijos, sin hijos, con nietos, con mujer o marido, y todos con padres, vivos o muertos, clamando contra la traición de un Tribunal Constitucional que suma una más a su larga lista de traiciones a la Constitución que deberían defender. De la prima del riesgo y del IBEX, ni hablo, que para eso están otros, mejor o más informados. Periódicamente, tras días de intenso trabajo, enzarzado el tráfago diario, sin tiempo para nada que no sea consumir violenta y desaforadamente las horas, es preciso detenerse. Si no, la vida te detiene. Y aquí estoy.
Mientras escribo, al estilo cartesiano, pienso. Escritura automática. No hay ideas preconcebidas al enfrentarme al Blog. Debería escribir que no, que no estoy cansado, que todo va bien, que todo resulta rodado. Es lo que se recomendaría en muchas escuelas de negocio, o butacones de psicoanalistas postmodernos. Maquiavelo o Mazarino tronarían contra esta sinceridad. Cuidado, que cansado no es rendido; ni mucho menos!
En realidad, es un desahogo movido por el instinto de supervivencia. Tengo para mí, cada vez con más intensidad, que esta crisis nuestra, es una crisis de sinceridad. Sí, también, de sinceridad. No sólo de avaricia, o de injusticia, o de ambición o codicia. También, de sinceridad. Nadie ha dicho la verdad en mucho tiempo; y aún hoy día la verdad es ese amigo al que nunca invitamos a cenar a casa, porque tenemos miedo de su conversación. Las empresas han ocultado sus cuentas manipulando balances, los sucesivos Gobiernos han jugado con la estadística nacional, y así hasta el infinito.
Y seguimos emperrados en ser insinceros, viviendo no ya por encima de nuestras posibilidades, sino incluso por encima de nuestras probabilidades. Es una muerte fea la que acontece por falta de sinceridad; porque entonces uno normalmente muere solo, carcomido por la envidia, lleno de ira, y vacío de arrepentimiento. Así estamos muriendo de falta de sinceridad. Aún no hemos escuchado un mea culpa de nadie: ni de la Asociación Española de la Banca, ni de los partidos, ni de los minigobiernos autonómicos, ni de los sindicatos, ni de las asociaciones vecinales, grupales, tribales, y ong’s que se lo han llevado a manos llenas. No hemos escuchado un mea culpa de las asociaciones de consumidores y usuarios que claman contra la usura bancaria en nombre de miles de españolitos que jugaron a especular con su vivienda y viajar a Birmania, aunque no sabían señalar ese país en la bola del mundo.
Y por eso estamos solos, llenos de ira contra todos, agrietados de envidia, y sobre todo, vacíos, muy vacíos. Y yo no quiero morir así, ni quiero que España se muera por falta de sinceridad. En realidad, no quiero morir, no vayamos a ser tontos, que esto de vivir es una maravilla. La falta de sinceridad es algo que se cura, no lo olvidemos. Basta decir una vez la verdad. Luego, es más fácil repetir. Al final, se convierte en hábito.
No nos pase aquello de morir de sed, porque no queremos pedir agua al vecino.