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Quizás de tanto repetirlo los voceros de lo políticamente correcto, hemos aceptado que Amor y Política son incompatibles.

El liberalismo rampante, esto es, esa doctrina que envenena la libertad con raciocinios que el corazón rechaza, nos dice que la Política se fundamenta en lo mensurable, en lo practico, en lo factible, en lo posible. Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que «la política es el arte de lo posible». El marxismo, que al parecer vuelve a estar en boga, simplemente traza con exactitud científica lo que es posible: la imposición metódica de la mayoría adocenada e igualitaria a la minoría burguesa que le dijo que podía hacer lo que le diese la gana, pues no hay limites.

En mi opinión, es exactamente lo contrario:  La economía es el arte de lo posible. La política, si debe ser un arte, necesariamente debe llamar a lo imposible, lo arriesgado, lo valiente y heroico. Política no es economía. Economía es interés, renta, trabajo, beneficio, capital, utilidad, todo mensurable.

  Política es persona, nación, libertad, derechos, justicia, orden, fe! No es mensurable.

Muchos seguimos creyendo que el Amor es la fuerza más irresistible. Lo creemos porque lo sabemos. Si en estas elecciones ha triunfado el odio de clase y el odio a la casta, ¿por qué no va a triunfar mañana el Amor, que es una fuerza infinitamente más poderosa?